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“El hoyo del diablo”, marca un buen estandar en el cine dominicano

Independientemente de la calidad filmográfica representada en el grupo de filmes que se ha realizado en el país, existe  un conjunto aparte, quizás, independiente, lejos de la maraña comercial que ha afectado el buen desenvolvimiento de algunas producciones que pudieron establecerse como mejores referencias.

Como apuesta a un cine de género varios han sido los realizadores que se han arriesgado a hurgar en temas fuera del ámbito del humor para sumergirse en el tema del terror criollo, hecho a imagen y semejanza de los criterios que nos han hecho ser como somos y tratando de interesar a un público para condicionarlo a cierto tipo de fórmula, aunque ya hartamente explotada en el cine norteamericano, no deja de tener cierta validez dentro de nuestro entorno.

Cintas como “Andrea” (Rogert Bencosme, 2005), “Las cenizas del mal” (Javier Vargas, 2008), “Enigma” (Robert Cornelio, 2008), “La reliquia” (Boccaccio Guzmán, 2008), “El mito ciguapa” (Boccaccio Guzmán, 2009), “Al fin y al cabo” (Alfonso Rodríguez, 2008) y “La maldición del padre Cardona” (Félix Germán, 2005), esta última en menor grado, son las que han manifestado su interés en proponer cambios en la estructura formal del cine dominicano, sin limitarse a definir un patrón propio sino más bien tomando de las vertientes ya formuladas y haciendo ejercicios de interés fílmico.

Con distintos resultados en su temática y realización estos filmes se articulan a una filmografía local que todavía no ha resuelto varias interrogantes de cuál es y qué debe ser nuestro cine nacional.

Pero independientemente de estos factores la práctica sobre el género continúa apostando por involucrar elementos de nuestra antropología social y mezclándolo con las fórmulas narrativas foráneas.

“El hoyo del diablo” ha resuelto por lo menos la incapacidad que tenían los anteriores filmes de explorar la estructura del terror y hacerla una justificación dentro de un argumento que fuera explotable.

Francisco Disla, un hacedor del audiovisual en las vertientes del videoclip, cortometraje y comerciales, abre su experiencia como realizador dando su salto al largometraje y lo hace por el lado del terror, género cinematográfico del cual es un acólito sin remedio.

Con “El hoyo del diablo” se somete a un riguroso ejercicio cinematográfico saliendo airoso de este riesgo laboral. Su filme plantea la historia del personaje de Sofía, una estudiante universitaria que desde niña ha estado conectada con entidades del más allá.

Ella coordina con sus amigos un viaje a un  lugar en San Juan dela Maguana, pero en el trayecto se accidentan y van a parar a una casa misteriosa donde tienen que pasar la noche.

Pero la casa está conectada, en su pasado, con la masacre de los haitianos ocurrida en el 1937 durante la dictadura trujillista donde habitan las almas atrapadas de esos sacrificados.

El argumento de Disla y Humberto Espinal trata de recoger varios aspectos de la idiosincrasia dominicana y de los mitos mágicos religiosos que han perneado nuestra cosmovisión existencial.

La historia hace provecho de estos elementos y los coloca dentro de un contexto viable, aunque no original, donde ese grupo de jóvenes van a experimentar la muerte selectiva de acuerdo a los patrones del género y del “slayer movie” muy explotado en el cine norteamericano.

Disla ha podido conseguir crear una atmósfera de tensión por la fluidez de la narrativa donde el personaje de Sofía nos ayuda a ir comprendiendo el pasado oscuro de lo acontecido en esa casa y del pasado de su propio abuelo participante de esos ritos satánicos, a través de flashback referenciales que mantiene siempre desarrollando el relato.

También por el trabajo de la fotografía de Francis Adames y Justo Cruz, una fotografía que todavía está tratando de solucionar la incógnita de cómo trabajar esa temperatura de luz en el aspecto caribeño local, pero que por lo menos este filme marca una referencia técnico-artística.

Verdaderamente este filme marca pautas en el cine de terror dominicano, por el estándar técnico que tiene, el rigor cinematográfico que posee, la adecuada utilización de los efectos visuales y las claves esenciales del género, y con una resolución final salvada precisamente por ese aspecto mágico-religioso.

En el aspecto del elenco el filme está apoyado por los actores Johnnie Mercedes, Fausto Rojas, Jalsen Santana, Solly Durán, Marta González y Karla Fatule quienes tratan de integrarse como un grupo orgánico, aunque, quizás por condiciones del mismo guión, quedan un tanto dispersos en el aspecto de sus respectivas características psicológicas. No obstante, ellos conforman un cuerpo adecuado junto a la labor de veteranos del oficio como Iván García, Carla Hatton, Carlota Carretero y Juan Fernández.   

Espero que los logros que posee este filme en su aspecto técnico y rigor cinematográfico, sean extrapolados a otros géneros donde el cine dominicano ha tenido sus aportes para seguir mejorando la calidad de nuestros productos.

 

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