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«Cuentas por cobrar», mal cobradas

Jalsen Santana, como Efraín, carga el peso de una narración que ofrece sus baches insalvables por la poca dedicación de haber concretado mejor perfil para sus actantes. Foto: Ruben Abud.

SANTO DOMINGO.- Cuando se trata de hacer una apuesta cinematográfica en torno a cuestiones fundamentales como la corrupción y la marginalidad, hay que tener un sentido orgánico de cómo se narra el tema y los personajes involucrados en el mismo.

La intención de Ronni Castillo con su tercer largometraje de ficción, “Cuentas por cobrar”, maniobra por la vía convencional de presentar un drama con ribetes de denuncia social.

A través del personaje de Efraín, el realizador construye un discurso que intenta despegar con buenas intenciones, pero su trayecto se hace quebradizo como el mismo relato que lo sostiene.

Este personaje, después de haber cumplido con la justicia durante diez años, intenta redimir su vida con un trabajo digno, pero la enfermedad de su hijo lo obliga a internarse nuevamente en el submundo donde proviene.

Esta situación lo coloca en el camino de un usurero que gravita en un mercado de la capital con el cual hace un trato para conseguir el dinero que necesita.

Pero un giro inesperado lo obliga a escaparse con un policía, moviendo la historia por una vía única de supervivencia.

Si analizo el sustento de la historia, puede ser válida como ficción, pero su construcción se debilita a los pocos minutos del filme por el escaso sustento de parte de sus personajes.

Jalsen Santana, como Efraín, carga el peso de una narración que ofrece sus baches insalvables por la poca dedicación de haber concretado mejor perfil para sus actantes.

Las situaciones para producir los cambios en el guión son forzadas y no dejan espacios para una lógica secuencial. Por ejemplo, la acción violenta de Efraín cuando, a punta de cuchillo, obliga al policía a llevarlo al interior del país para buscar a su hijo.

Al igual que la persecución absurda del villano que trata de eliminar a Efraín, apuntando, en este caso, a la presencia del personaje de Irving Alberti quien recurre a los más manidos clichés y estereotipos de villanos que degrada a su personaje a una mera caricatura. Asimismo, el asumido por Jean Jean quien desdibuja un personaje que navega en la imprecisión.

Richard Douglas, como el policía, enuncia rasgos convincentes, aunque limitados por el compendio estructural en que se sostiene su personaje.

Los demás factores como la fotografía y el montaje, navegan sobre una cuerda floja que casi lleva al precipicio todo el convencimiento de la historia.

Quizás su punto focal sea la denuncia de corrupción policial, ese mal que afecta a una sociedad que no encuentra salida para su erradicación y es aquí donde Ronni, por lo menos, asume el riesgo como otros filmes dominicanos lo han hecho.

Son pasos que, poco a poco, van conformando un cine criollo con ejes temáticos importantes.
Félix Manuel Lora/CINEMA DOMINICANO

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