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«Hay un país en el mundo», en el mismo trayecto comercial

Haciendo un registro sobre literatura, pintura, música, economía, sociedad, gastronomía, agricultura y el arte popular, este documental se decanta en nadar sobre la superficie de un tema que es más profundo de cómo se plantea. Foto: Producciones Amaru

SANTO DOMINGO.- “Hay un país en el mundo”, el famoso poema del poeta Pedro Mir, un canto de reflexión y una oda al marginado, al Caribe y al país, se convierte ahora en una justificación audiovisual donde se vierten un conjunto de elementos que tratan de definir lo que es ser dominicano.

El factor de la identidad nacional intenta permear todo el discurso del documental, situándolo en el mismo trayecto de una apología exacerbada y sentenciada a interpretar los códigos culturales que identifican al dominicano y a la idiosincrasia de un pueblo.

José Enrique Pintor, en tono de aprovechamiento comercial, envuelve un trabajo audiovisual de notas típicas, canciones autóctonas, personajes emblemáticos, personalidades de valor en varias áreas de estudios, para visualizar un panorama global de lo que ha identificado, a través de los años, al ciudadano de esta media isla.

Haciendo un registro sobre literatura, pintura, música, economía, sociedad, gastronomía, agricultura y el arte popular, este documental se decanta en nadar sobre la superficie de un tema que es más profundo de cómo se plantea. La música y las canciones interpretadas por los distintos exponentes, es un amarre melodioso que ocupa un alto porcentaje dentro del documental, convirtiéndolo, más que un estudio antropológico y social, en una vitrina musical de ritmos e intérpretes.

Pintor, quien se ha ganado a pulso un lugar en la cinematografía dominicana con cintas como “La cárcel de la Victoria” (2004) o “Sanky Panky” (2007), no propone nada nuevo de lo que ya se ha descifrado en el quehacer audiovisual dominicano sobre el tema de la dominicanidad, trabajado anteriormente por cineastas como Peyi Guzmán, Fernando Báez, Félix Germán, Claudio Chea o Juan Basanta.

La narrativa inicia con un joven músico callejero en la ciudad de Nueva York que entabla una conversación con una niña, ambos entablan un coloquio sobre lo que es ser dominicano, elemento en la construcción que no aporta mucho, puesto que detiene su curso como documental al introducir esta pieza ficcionada.

Lo demás descansa en la figura de Freddy Ginebra quien sirve solamente como un introductor de los varios temas que se presentan, dejando espacios para que los entrevistados expongan sus respectivos puntos de vistas según las áreas tratadas.

Creo que este trabajo responde a un aspecto comercial que vuelca su mirada a los clichés publicitarios que han estado siempre presentes en los anuncios y especiales para la televisión.
Félix Manuel Lora/CINEMA DOMINICANO

 

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