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Barbie (crítica)

SANTO DOMINGO.- El dramaturgo y poeta alemán Bertolt Brech (1898-1956) señalaba que “el arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma”, posiblemente como un indicativo de que al arte hay que mirarlo como esa sutil manera de expresión de ideas que el autor las concibe para formarse su propia realidad.

Al igual que Brech el sociólogo alemán Niklas Luhmann (1927-1998) observó que la obra de arte puede dejar a la voluntad del observador la selección de sentido con la que desea establecer el puente con la realidad confirmando así sus propias experiencias.

Estas dos sentencias son válidas para abordar el discurso que se entreteje en el filme “Barbie” que, sin prejuzgar, puedo llegar a observar un discurso que no dista mucho de los presupuestos argumentales que otros filmes han podido establecer dentro del arte cinematográfico, un arte que tiene la facultad de expresar ideas y definirlas dentro de un contexto proclive a la reflexión y a la discusión, donde éste nunca ha sido neutral, como nunca las ideas son neutrales.

Esto me lleva a lidiar con lo que muchos ya han reflexionado en los distintos espacios sociales, ya sea en un restaurante, un café o en una simple sala del hogar de lo que “Barbie” como producto cinematográfico, significa para las audiencias que han tenido la voluntad de apreciarla.

Es cierto, la película en cuestión no ha dejado a nadie indiferente. Todos han tenido una opinión al respecto, entendiéndola desde sus distintos ángulos posibles y tratando de advertir los discursos sociales anclados en la misma.

Lo primero que hay que establecer es el tono de fábula que posee, cuestión que permite ubicar su contexto y definirla como tal. La misma está matizada por una voz narrativa que inicia la historia y que precede todo lo que se verá a continuación.

Esa misma voz expresa el cambio de discurso de una generación de niñas que, acostumbradas a jugar con muñecas y muñecos sin significación de roles, se revelan ante esa nueva expresión del significado femenino en el descubrimiento de esa muñeca Barbie (Margot Robbie) que se yergue como ese monolito (señalando a esa primera escena de “2001, Odisea del Espacio”, Kubrick, 1968) y que se convierte en la nueva referencia de su futura socialización hacia el mundo del adulto, precisándolas a destruir sus antiguos juguetes.

Una vez introducida esta escena se implanta el idílico mundo de Barbie: “Barbieland”, donde todo es perfecto, con fiestas llenas de música y color todos los días. Ese mundo rosado es la evidencia del equilibrio universal de su contexto donde todas las Barbie son congregadas entre sus distintas funciones (menos la embarazada que es un producto descontinuado, marginando la maternidad como un espectro negativo en este espacio).

Los Ken, accesorio ideal de ellas, representan la castración del rol masculino sin genitalidad aparente, aunque ellas tampoco la sostienen, pues no es un factor necesario en este mundo de plástico.

Ese Ken (Ryan Gosling) que la persigue con un grado de dependencia significativa, aunque él mismo no lo perciba, se somete a los dictámenes impuestos por las reglas que allí se estructuran siendo solo el “paternaire” de una diva que todo lo tiene a su medida. Pero las cosas cambian cuando Barbie empieza a hacerse la pregunta existencial más obvia: “¿Han pensado en la muerte?”

Pregunta existencialista que la saca del centro de su supuesta inmortalidad y la obliga a buscar esa respuesta en el mundo real, empujada por el consejo de una de las muñecas que, al parecer, perdió toda conexión con aquella niña que jugaba con ella.

Ese supuesto mundo real no es más que una parte de la misma fábula, un mundo por igual irreal, pues es a través de un portal de transición que se puede conectar con este mundo de plástico y viceversa.

Una vez allí, en la segunda parte de la película, es donde Barbie acompañado de Ken, intenta buscar aquella niña con la que ella aún tiene conexión, la cual es hoy una mujer adulta de nombre Gloria (América Ferrera) quien a su vez tiene problemas de vínculo emocional con su hija Sasha (Ariana Greenblatt).

Este cambio de contexto dramático la somete a lidiar con el mundo de códigos masculinos dentro del entorno empresarial y de aquellos ejecutivos que manejan la corporación de Mattel, la fabricante de las Barbie, que son representados como disfuncionales, incapaces de regir la misma estructura de poder que ellos han concebido.

De esta manera se vierte un discurso sobre el patriarcado, retrayéndolo de aquellos discursos feministas que lo define como un sistema de dominio institucionalizado que mantiene la subordinación e “invisibilización” de las mujeres y todo aquello considerado como `femenino´, con respecto a los varones y lo `masculino´.

Esta es la base para contestar algunas preguntas que la propia Barbie se hace y que Ken aprovecha para institucionalizarlo en su propio mundo. Esto provoca el choque de perspectiva en la que Ken, manchado por esa importancia que se le dio en el “mundo real”, improvisa una estructura donde los Ken empiezan a gobernar en el mundo de Barbie convirtiéndolas en simples sirvientas.

Posiblemente esta parte es la que ha generado las discusiones más acaloradas pues los subterfugios que utilizan las Barbie para recuperar su cosmos, junto a las nuevas compañeras del mundo real, es utilizar mecanismos de astucia psicológica y no de entendimiento de la cooperación que pueden tener cada uno.

Pero también estas discusiones han dejado de lado otras cuestiones como la representación artística que posee la película en su tonalidad idílica con respecto a las sensaciones que va descubriendo la propia Barbie (en representación de la femineidad, no abortiva, más bien la que mira hacia el futuro como bien se muestra en la última escena).

O lo que la deconstrucción del código masculino que representa Ken tanto en su espacio de plástico como en la zona de ese mundo, lo obliga a repensar su rol y su relación con Barbie, asunto que lo ubica como un ente en constante construcción. O la reflexión que hace Gloria como representante de ese feminismo que necesita reformularse y que sirve de base para que Barbie tome ciertas decisiones al encontrarse con su creadora.

Este ejercicio social que hace la actriz, directora y guionista estadounidense Greta Gerwig (Lady Bird, 2017) y el guionista Noah Baumbach, compañero de Gerwig, es tomar un discurso de la estructura social del poder y contarlo a través de la visión de la muñeca Barbie que, en última instancia, posee una significación social compleja y multifacética, pues a lo largo de su creación en 1959 por Mattel, ha desempeñado un papel importante en la cultura popular e influido en las percepciones y expectativas sociales relacionadas con la belleza, el género y el empoderamiento.

Sin embargo, este filme puede ser descifrado según la concepción individual y la forma en que se utilice o se interprete. Al final todo se reduce al arte, y el arte permite una ampliación de la reflexión social y de la autoobservación de la propia sociedad.
Félix Manuel Lora/CINEMA DOMINICANO

Título original: Barbie. Año: 2023. Género: Comedia. País: USA. Dirección: Greta Gerwig. Guion: Greta Gerwig, Noah Baumbach. Personajes: Mattel. Elenco: Margot Robbie, Ryan Gosling, Will Ferrell, Simu Liu, America Ferrera, Ariana Greenblatt. Duración: 1 hora 54 minutos.

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Este ejercicio social que hace la actriz, directora y guionista estadounidense Greta Gerwig (Lady Bird, 2017) y el guionista Noah Baumbach, compañero de Gerwig, es tomar un discurso de la estructura social del poder y contarlo a través de la visión de la muñeca Barbie.
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Felix Lora

Felix Lora

Periodista, crítico de cine, catedrático e investigador

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