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«A Orillas del Mar», el mundo de Pedro

Escena del filme «A orillas del mar». Foto: Fabud Films

SANTO DOMINGO.- Bladimir Abud ha entendido que el cine local necesita diversidad, tanto en argumento, estilo y género.

Y así lo ha demostrado en dos de sus producciones cinematográficas, “La lucha de Ana” (2012) y ahora con “A Orillas del Mar” (2016). Su apreciación por el cine viene de la convicción de que se pueden realizar historias que una carga social y con un estilo minimalista que pueda transmitir una idea en su discurso.

“A Orillas del Mar” prescinde de toda esa parafernalia que han acompañado mucho al cine comercial local para centrarse en lo básico, en la realización de un discurso con una estética simple, pero que a la vez aporte lo necesario para su entendimiento.

La historia en cuestión tiene a Pedro como protagonista, un niño que vive en Samaná y que luego emprende la búsqueda de su padre, un pescador que se fue hacia Santo Domingo.

Su periplo no es un jardín de rosas, y así lo quiere demostrar el propio director, puesto que le lleva de la mano a descubrir la miseria que arropa a miles de niños y jóvenes que se integran a un panorama urbano hostil y peligroso.

En este contexto, el personaje del niño descrito por Abud se convierte en una víctima más del abandono y la desolación, cayendo en los laberintos de la supervivencia humana.

Abud opta por una estética de abordaje de ese cine contemplativo latinoamericano para dibujar un perfil significativo que reduzca la estética a lo mínimamente esencial.

Su banda sonora refleja esa misma preocupación de solo dejar oír lo que, en esencia, se debe aportar.

Si me adentrara en su estructura puedo señalar que en  “A Orillas de Mar” se pueden encontrar flaquezas o debilidades en su manera de contar el relato. Huecos que en términos de narración pudieran asignarle algunas cuestiones de incomprensión.

Por ejemplo, la actitud hostil del padre hacia su hijo; la inclinación de la supuesta pederastia de uno de los personajes interpretado por Miguel Ángel Martínez; la escasa estabilidad del personaje de Teo Terrero; la poca profundidad del universo de los llamados “palomos”; el desaprovechamiento de los personajes de Richard Douglas, Antonio Melenciano y Lidia Ariza, en contraste con lo aportado por Cheddy García; y su final abrupto, de condena o justicia ciega (sin revelar lo ocurrido), que deja interrogantes que quizás no se lleguen a responder.

Esto que señalo es mi preocupación por un cineasta que tiene mucho que aportar, que entiende la veracidad creativa de este arte al momento de contar una historia y sé que su filmografía ayudará a entender mucho de lo que somos y de lo que podemos alcanzar.
Félix Manuel Lora/CINEMA DOMINICANO

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