«Flor de Azúcar», más azúcar y menos Bosch
SANTO DOMINGO.- Fernando Báez ha dedicado gran parte de su vida profesional a la realización de documentales que han merecido reconocimientos por su profesionalidad, por la preocupación por el tema tratado y la forma de su abordaje.
Cuando decidió incursionar en el largometraje de ficción lo hizo por las mismas razones y compromisos asumidos en sus anteriores producciones audiovisuales, la de mostrar un producto con un buen nivel de calidad artística.
“El Rey de Najayo” (2012) fue su primera apuesta en la ficción, donde también dejó caer en su argumento algunas moralejas de corte cristiano sobre el flagelo del tráfico y el consumo de las drogas.
Ahora Báez se inspira en la narrativa del escritor Juan Bosch y, en especial, del cuento ‘La Nochebuena de Encarnación Mendoza’, para esbozar una historia que le haga homenaje al insigne escritor y a la cinematografía dominicana.
Su argumento se centra en el año de 1948, en plena dictadura trujillista, en la que la figura de un joven campesino dominicano de nombre Samuel, enfrenta la cacería en su contra por haber dado muerte involuntaria a un sargento del ejército, abandonando así a su esposa y sus dos hijas.
La pieza literaria solo tiene sentido en algunos trazos narrativos, pues la argumentación que construye Báez dispone ciertos hechos ficcionados que no corresponden al cuento, pues el material solo llega a producir eso mismo: un cortometraje.
La valentía del realizador y de su equipo fue encontrar el suficiente material argumental para alargar una historia que cumpla con ciertos requisitos estructurales.
El problema surge cuando se coloca en la balanza la belleza estética de su cinematografía y lo que realmente es efectivo como narración.
Por lo que se desprende del visionado de esta obra, tanto a Claudio Chea como el propio Fernando, se decantaron más por hacer un ejercicio fotográfico que por favorecer la misma fotografía al servicio de la narración.
Sólo en algunos momentos se concentran en aprovecharla al máximo, más en su mayor parte, la belleza bucólica del campo dominicano es lo que prima, desaprovechando un material argumental valioso para describir cinematográficamente el contexto opresivo de la propia dictadura.
Y esto ha sido la trampa que ha caído este filme, al igual que los demás filmes dominicanos que han tocado la época de la tiranía trujillista. La fotográfica no corresponde a la colorimetría que debería tener en estos casos.
El trabajo de Héctor Aníbal en el rol principal es loable, pues su determinación como actor es lograr un personaje con conflictos internos luchando contra otros externos. De esta manera intenta favorecer su trabajo dentro de una narrativa con saltos de tiempo, aunque pudo buscar mayor apoyo en el mismo texto para calar más hondo en su abatimiento.
Adecuada participación masculina compuesta por los veteranos Víctor Checo, Mario Lebrón, Francisco Cruz y Omar Ramírez quienes ofrecen solvencia actoral dentro de la historia. En la parte femenina solo se destaca el trabajo de Ariana Lebrón.
La musicalización de Pedro Eustache es adecuada, aunque remarcada constantemente. No recuerdo una escena que no esté musicalizada y esto comprime el texto sonoro a un nivel de saturación tal que empalaga.
“Flor de Azúcar” es un filme con sus desaciertos y sus virtudes. Un avance en el intento de hurgar en la literatura dominicana para sacar a la luz cinematográfica nuestra riqueza narrativa.
Félix Manuel Lora/CINEMA DOMINICANO
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