«Todas las mujeres son iguales», cuatro chicas de paseo
SANTO DOMINGO.-“Todas las mujeres son iguales” asume la voluntad de mezclar varias razones que la justifiquen como tal: ser una comedia con cierto humor desenfadado, grosero y con tintes de irreverencia.
Pero lo que trae dentro de este envoltorio es una comedia que transita entre las mismas cuestiones que han simplificado el rol de la mujer dentro de la sociedad y dentro del mismo discurso cinematográfico que no ha ayudado mucho a esculpir una nueva imagen revolucionaria del rol femenino, más bien la ha sometido a los mismos clichés publicitarios de siempre.
Este filme hace un enlace más comercial que argumental con la anterior historia compuesta en “Todos los hombres son iguales” (Manuel Gómez Pereira, 2016), en la que unos personajes masculinos despachan sus opiniones sobre lo que debe ser un hombre sin ataduras sentimentales, pero siempre dispuesto a aprovechar las oportunidades que se le presenten en el camino.
Esta historia se inicia con el velorio de Manolo, uno de los personajes de la anterior entrega, donde confluyen los cuatro personajes femeninos que le dan justificación a este nuevo relato.
La primera escena marca el tono que posteriormente tendrá la comedia, haciendo acopio del slapstick para introducir a los personajes y colocarlos dentro de un terreno propicio para el desafuero.
A excepción de Yoli (interpretada por Nashla Bogaert, el personaje que enlaza ambas historias), las tres mujeres restantes Pachi, Mary y Julia, se unen a ella en una cofradía compartiendo igual situación sentimental.
Por voluntad propia deciden irse a pasar una temporada en Casa de Campo. Juntas construirán una antítesis de lo que debe ser una relación de pareja, lanzándose a un mar de desacatos sin reparar en los daños que esto pueda causar.
Utilizando algunos parámetros establecidos en historias como “Sex and the City” o comedias recientes como “Rough Night” (Lucia Aniello, 2017), “Bad Moms” (Jon Lucas, Scott Moore, 2016), esta comedia trata de irrumpir dentro de los esquemas del cine de comedia local, subiendo un tanto el modelo de humor, pero dejando trazos de una mirada desequilibrada entre los roles masculinos y femeninos.
Aquí los hombres son las meras víctimas (o así lo parece) del complot femenino que trata de despojarlos de sus funciones de rivalidad ancestral y los coloca en una situación de desventaja en cuanto a los impulsos naturales, juego que ha sido presentado en múltiples filmes con resultados dispares.
Frank Perozo, Yasser Michelén y Kenny Grullón son los actores que interpretan a esos personajes, víctimas de las acciones de las féminas. Perozo, justificando su presencia por ser el personaje del hermano del difunto Manolo, toma el control de un rol que se mantiene como sombra con relación al personaje de Yoli que, por demás, es utilizado para ironizar, junto a Nashla, lo que ha significado como pareja cinematográfica en el cine dominicano.
Yasser Michelén encuentra un espacio idóneo para “malear” (en buen sentido de la palabra) su personaje y demostrar su sagacidad de moverlo por espacios irregulares y cambios de aptitudes y descubrimientos, que lo hace ser el que mejor aporta a esta comedia.
En cambio, Kenny Grullón utiliza su veteranía para introducirse en un plano acomodado que no le exigiera más allá de lo que su personaje puede desarrollar.
En el plano femenino la labor de las actrices Nashla Bogaert (siempre sutil y natural), Iris Peynado (ofrece un perfil particular de mujer madura), Cheddy García (que se defiende dentro de este terreno) y Lía Briones (nueva cara que impulsa aire fresco dentro del cine local), es la simplificación de la visión publicitaria que siempre ha acompañado a estos roles de mujeres que quieren asumir posiciones de control, pero se quedan en un plano estereotipado que no le permite jugar con todas las variantes del tema.
Las reiteraciones y apelaciones con el “dildo” o complemento sexual de forma fálica y otros utensilios sexuales, se hace de manera abusiva lo cual descontrola la visión imaginaria de la fantasía de la mujer, en este caso, las de sus personajes principales.
David Maler asume su segundo reto como director, después de “Reinbou”, y se decanta por un filme caricaturesco, construido junto al guionista José Ramón Alama que dejan varias posiciones sin resolver dentro de este embrollo humorístico y se acomoda a los requerimientos del auspiciador, ofreciendo escenas gratuitas y sin sentido en pos de evidenciar el poder de la marca.
“Todas las mujeres son iguales”, independiente de sus logros en materia de definir un cine comercial picaresco, posee un manejo fútil de un factor de profundas repercusiones sociales como es la función de los roles entre el hombre y la mujer en la sociedad contemporánea.
Félix Manuel Lora/CINEMA DOMINICANO
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