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«Reinbou», al final del arcoiris

La fecunda imaginación de un niño en los años setenta se convierte en la justificación para abordar un tema de verdades, mentiras, amor, inocencia, búsqueda y descubrimiento. Foto: Cacique Films.

SANTO DOMINGO.- Tomando la novela del escritor puertorriqueño Pedro Cabiya, autor por demás de exitosas novelas como “Trance”, “Malas Hierbas” y “La Cabeza”, este filme se instala dentro de una corriente que posiblemente no causará muchos estragos en estos momentos, pero sí podrá sostenerse en el tiempo.

La ficción de Cabiya surca el centro meridional de un filme que, aunque es una adaptación, posee sus propias cualidades estilísticas y narrativas.

La fecunda imaginación de un niño en los años setenta, posterior a los hechos ocurrido en la revolución de abril del 65, se convierte en la justificación para abordar un tema de verdades, mentiras, amor, inocencia, búsqueda y descubrimiento.

Ángel Maceta indaga la historia de su padre que nunca conoció y, entre su imaginación y el deseo, va encontrando respuestas al final del arcoíris, metáfora formal para una mirada inocente de un personaje que ve a su alrededor todas las posibilidades para seguir soñando.

Imaginación esta que puede quedar dentro de un contexto de fantasía o de ilusión según la óptica expresada, cuestión que no queda claro en la narrativa, pues el libro encontrado es un elemento indeterminado en cuanto a su perspectiva y revelación para el niño.

Este salto de garrocha y sin red de David Maler y Andrés Curbelo hacen que su opera prima tenga vestigios de un cine personal, de una intención por mostrar el foco de una historia y la sensibilidad de dejar establecido un cuento de múltiples dimensiones.

No obstante, su equilibrio depende de muchas posiciones que la hacen adecuada más no completa. El posicionamiento de los personajes se convierte en una parte vital dentro de su narración, la cual deja espacios a medias para Nashla Bogaert como Inma, mujer rural cuyas virtudes se difuminan a ratos, David Maler que rebusca un pasado traumático para hacer creíble su personaje, Héctor Aníbal que se enfoca en tomar las riendas sin ocultar su característica actoral, Gerardo Mercedes, con un personaje patán, carnal que otorga momentos destacables o el niño Erick Vásquez, el centro de atención que ofrece la inocencia pretendida.

El problema es su falta de emoción, de integrar el mecanismo central del lenguaje fílmico y de las reglas dramáticas hacia la buena voluntad de las audiencias, puesto que la vida del niño no tiene más conflicto que el de jugar a la exploración imaginaria del pasado de su padre que, al final, no le resuelve nada.

Es esta cuestión la que trata de sostenerse dentro de un filme cuyos elementos preciosistas de su fotografía pueden mover la mirada hacia otros lugares y no al ojo central de lo que el público debe concentrarse. Por eso la fotografía de Marc Miró trata de explicar muchas de las rutas por la que se enfoca el relato.

La misma comparte junto al diseño de Rafi Mercado y la música de Nicolás Sorín, una atmósfera bucólica, rural que busca completar el cuadro dramático que exige esta historia.

“Reinbou” es así, una historia, al parecer, sin fin, un final inconcluso como esa misma mirada que Maceta le ofrece al público en el último plano de este filme.
Félix Manuel Lora/CINEMA DOMINICANO

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