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Pepe (crítica)

SANTO DOMINGO.- El estilo cinematográfico de Nelson Carlo de los Santos Arias se caracteriza por su naturaleza experimental e híbrida. Por ejemplo, en películas como “Santa Teresa y otras historias” (2015), insubordinada adaptación que realiza de ‘2666’, novela inconclusa de Roberto Bolaño, “Cocote” (2017) y “Pepe” (2024), Nelson Carlo se toma su tiempo para explorar temas como la espiritualidad, la violencia, la memoria y la identidad, utilizando una estética que fusiona muchos factores y complejas perspectivas.

Este “cine-hipervínculo”, como muchos lo han descrito, marcha a través de la interconexión con otras historias que se entrelazan de manera complicada, formando una madeja de hilos narrativos que luego se convierte en un “corpus” simbólico de esa idea que el realizador deja fijado en su mente y que luego traspasa a la cortina de la narración cinematográfica.

La capacidad de su cine es abordar temas universales desde una óptica caribeña, como así lo ha expresado cuando afirma que elige un “lenguaje camaleónico” en su cine porque así es como se piensa en las islas del Caribe. Ahora con “Pepe”, Nelson Carlo hace una mezcla de géneros y estilos que, posiblemente, hacen que la película tenga dificultad de adocenarla bajo un género establecido. No obstante, esta obra fue la que le valió el Oso de Plata a la Mejor Dirección en la Berlinale 2024, siendo el primer cineasta latinoamericano en recibir este reconocimiento.

Desde una aproximación híbrida entre la ficción y el documental experimental, esta historia reconstruye la historia de aquel hipopótamo introducido por el narcotraficante Pablo Escobar en su zoológico privado y que, tras la muerte de este capo, quedó vagando por el entorno del rio Magdalena considerado la principal arteria fluvial del país colombiano hasta ser abatido por las autoridades, para luego regresar como fantasma y relatar su vida.

Esta figura aparentemente anecdótica es construida como símbolo del desarraigo, el colonialismo ecológico y la violencia histórica, bajo una estructura narrativa que rompe con la lógica lineal convencional y opta por la fragmentación y la polifonía de voces que asume el propio fantasma de este animal.

La narración se construye como un ensayo fílmico donde convergen elementos míticos, históricos y filosóficos. Esta estrategia narrativa recuerda el cine de Chris Marker, especialmente “Sans Soleil” (1983), donde la fragmentación y la voz en off permiten una meditación sobre el tiempo, la memoria y la historia. En este sentido, la película también puede leerse junto a otras propuestas caribeñas como “I Am Not Your Negro” (2016) de Raoul Peck, en su voluntad de desmontar los discursos históricos dominantes desde una estética radical.

En “Pepe”, la voz del propio hipopótamo narra, como una conciencia espectral, el recorrido de su vida, sus reflexiones y su condición como sujeto desplazado hacia otras tierras. En términos de argumento la película se aleja del desarrollo tradicional de una historia con clímax y resolución.

Más bien lo que se presenta es un flujo de imágenes y sonidos que evocan una experiencia como la del animal exiliado convertido en objeto de poder y violencia. El viaje de Pepe, desde África hasta América Latina, funciona como metáfora del traslado forzoso de cuerpos -humanos o animales- durante la colonia, vinculando el relato a las secuelas del imperialismo.

No obstante, el relato puede que se diluya por desplazar la acción hacia la contemplación y la crítica, llenando espacios narrativos que no resuelven del todo la lógica de la historia. Aunque varios momentos conectan con el cine narrativo regular y uno de ello es esa transferencia del animal cuando llega a Colombia donde tiene que ser trasladado hacia la finca de Pablo Escobar. Aquí se presenta como una singular “buddy movie” donde dos personajes se comprometen por misión a llevar a cabo la proeza, floreciendo un momento hasta cómico que lleva al espectador a conectar con la situación.

Otro instante es la sospecha de los moradores de que el hipopótamo está merodeando por el río y que el director lo muestra como un espejo atávico de existencialidad y contexto cultural.

El simbolismo de la película puede resultar denso y multivalente. La elección del paquidermo denuncia la artificialidad de su entorno. Pepe encarna no solo al animal desarraigado, sino también a los pueblos oprimidos, al migrante, al excluido del sistema. Su cuerpo se convierte en archivo viviente de una historia de violencia estructural.

Su muerte por parte del ejército colombiano también abre una reflexión sobre la vida descartable y la animalización del ‘otro’ , temas también abordados en películas como “White God” (2014) de Kornél Mundruczó, donde la figura del animal (un perro) encarna una resistencia frente a los sistemas de dominación.

Puedo señalar que otro de los aportes más significativos de “Pepe” es su desestabilización del estatuto del animal en el cine. Al concederle voz, subjetividad e incluso una conciencia histórica, el filme subvierte la representación tradicional del animal como objeto pasivo o decorativo.

Incluso funciona cuando lo engarza con el animado “Pepe Pótamo”, aquel personaje rastreador que siempre estaba listo para lanzarse a cualquier expedición, una referencia significativa de la exploración y la fantasía.

Esta película, enclavada en una tradición del cine-ensayo, es una apuesta visual que mezcla formatos, texturas y tonos, gracia a la fotografía asumida por Camilo Soratti, Román Lechapelier y el propio Nelson Carlo de los Santos que se sirve de la naturaleza y el paisaje como elementos dramáticos y discursivos.

En cuanto a la utilización de la cámara, esta oscila entre el registro observacional, el encuadre contemplativo y la textura digital intervenida. Las imágenes se descomponen, se saturan y los sonidos se distorsionan como la voz del hipopótamo el cual se convierte en un dispositivo sonoro que articula el montaje, lo que remite al cine lento (slow cinema) de autores como el tailandés Apichatpong Weerasethakul particularmente “Tropical Malady” (2004), donde lo onírico y lo mítico perturban la linealidad narrativa y abren espacio para lo inefable.

Por eso, el sonido en “Pepe” juega un rol central en la construcción de sentido pues utiliza efectos sonoros de la selva y grabaciones de archivo, donde todo converge para crear una atmósfera sensorial envolvente, unido al uso de la voz como narrador, con un tono íntimo y filosófico el cual subvierte la relación tradicional entre sujeto y objeto en el documental, alineándolo con los discursos contemporáneos sobre el posthumanismo y ecocrítica.

Desde una perspectiva teórica, este filme puede leerse como una crítica al antropocentrismo y una exploración de las formas de representación, como expresé, del ‘otro’ en el cine, cuestionando los límites del documental, la verdad y la ficción, lo humano y lo animal.

Con esta obra, Nelson Carlo de los Santos Arias continúa consolidando una filmografía que desafía las convenciones y propone nuevas formas de pensar el cine desde todos los márgenes posibles.
Félix Manuel Lora/CINEMA DOMINICANO

Título original: Pepe. Año: 2024. Género: Drama, Fantástico. País: República Dominicana. Dirección: Nelson Carlo de los Santos Arias. Guion: Nelson Carlo de los Santos Arias. Elenco: Jhon Narváez, Sor Maria Ríos, Fareed Matjila, Harmony Ahalwa, Jorge Puntillón García, Shifafure Faustinus, Steven Alexander, Nicolás Marín Caly Duración: 2 horas 3 minutos

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El simbolismo de la película puede resultar denso y multivalente. La elección del paquidermo denuncia la artificialidad de su entorno. Pepe encarna no solo al animal desarraigado, sino también a los pueblos oprimidos, al migrante, al excluido del sistema. Su cuerpo se convierte en archivo viviente de una historia de violencia estructural.
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Felix Lora

Felix Lora

Periodista, crítico de cine, catedrático e investigador

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