«La Gunguna», el tiro en el mismo blanco
SANTO DOMINGO.- Sin premuras triviales ni justificaciones baratas, “La Gunguna” ha tenido su tiempo justo. Una obra que se asentó en un contexto creativo de varios años, desde su idea original realizada como cuento, hasta verse enmarcada en un escenario cinematográfico bastante particular.
Basado en el cuento “Montás” de Miguel Yarull, quien también fue el responsable del guión, este filme se posiciona, desde ya, como una de las obras de referencia del cine dominicano contemporáneo. Una historia marcada por una serie de personajes y circunstancias que obligan a mirarla desde una óptica menos fútil y más analítica por las lecturas que posee.
Su motivo esencial es una diminuta pistola calibre 22 cargada de designios y maldiciones hacia todo aquel que la posee o desee poseerla. Causante de lo que pasa o pasará a unos personajes que, irremediablemente, quedarán unidos por las marcas que ella deja tras su travesía por el destino de cada uno.
Apetecida por criminales, dictadores, traficantes, entre muchos personajes de baja calaña, la Gunguna es ese objeto fatal que se ríe de todos y de todo. Ella sirve de fatídico elemento narrativo que ayuda a colocar las piezas por el camino menos complaciente; como aquel rifle de “Winchester 73” (Anthony Mann, 1950) o los diamantes de “Snatch” (Guy Ritchie, 2000).
Todo empieza cuando, en plena frontera, un sargento decide comprar esta pieza única, donde las advertencias siempre son razonables y cuya vendedora le advierte no mojarla bajo ninguna circunstancia; aunque no llega a escucharla, pues ya había cruzado aquella desvencijada puerta de la Madame de las armas y no logra enterarse de lo más importante: “pa´que no te joda”.
Así, con esta frase premonitoria se inicia una historia contextualizada dentro de un Santo Domingo plagado de una fauna del bajo mundo donde la venganza, el engaño y la avaricia son elementos que surcarán los deseos de cada personaje que tenga alguna relación con esa pequeña arma.
Yarull, adapta su cuento y determina una parte primordial hacia Montás, ese ser golpeado por la marginalidad de una realidad que nunca le favorece, aunque una serie de circunstancias lo colocan dentro de un torbellino mortal donde no es consciente de su desgracia.
Su texto ayuda a analizar a esa sociedad dominicana más compleja de lo que uno pueda suponer, compuesta por enmarañados humanos de haitianos, dominicanos o chinos que en ella viven y que en ella mueren.
Por eso, lo difícil de este relato es haber unido a una serie de personajes y lograr una perfecta posición gravitacional dentro de la trama.
De esta manera Nashla Bogaert (La Maeña); es una circunstancia transversal que ofrece un equilibrio de pícara malévola; Isaac Saviñón (El Gago), por momentos articulado a un ser irracional y tramposo, ofrece el perfil de ese oportunista sin escrúpulos; Gerardo Mercedes (Montás), ese ejemplo de la sobriedad orgánica; Teo Terrero (El Sargento), es la mecha que enciende todo; Jalsen Santana (El Puchi), un punto muy favorable en la historia que advierte su versatilidad para asumir cualquier personaje; Patricia Ascuaciati, no importa su brevedad, es la impresionante expresión de que menos es más y Miguel Ángel Martínez, un personaje que resume toda la iniquidad humana.
Y otros como Wasen Ou, Vlad Sosa, Rich Wong, Toussaint Merionne, Jaime Tirelli, Janina Irrizarri y Tung Chi Hsu completan una amalgama de objetivos que mueven convenientemente la narrativa.
Pero todos estos personajes no hubieran podido tener sentido sin la adecuada ubicación contextual, de ese tejido geográfico coloreado con amargura y desolación bajo el lente de Juan Carlos Franco quien pinta un espacio dramático concebido por la dirección artística de Rafi Mercado y Stephanie Schmidt.
El trabajo de montaje de Ethan Maniquis y Rosaly Acosta es otro factor a su favor, pues es la que construye una dirección narrativa que obliga a la constante revisión de los hechos acontecidos, trastocando la temporalidad y haciéndola girar como si fuera un carrusel.
La parte musical, responsabilidad de Lazzaro Colón, hace un juego emocional y a la vez de homenaje al que fuera uno de los mejores autores populares del país, Luís Dias. Esa partitura huele a sus vivencias, canciones y legado que contribuye a darle ese matiz suburbano a su banda sonora.
Ernesto Alemany en la dirección y Juan Basanta en la producción, han concebido una obra que ilustrará mucho de cómo un cine criollo puede zafarse de las trabas argumentales pobres para probar con un texto inteligente que lleve a pensar que se pueden hacer productos profundos y competitivos.
La verdad es que “La Gunguna” es un arma cargada de creatividad y sus responsables han podido pegar el tiro en el mismo blanco.
Félix Manuel Lora/CINEMA DOMINICANO
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