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«Cuentos de camino», terror a medias

Javier Vargas intenta seducir a un público con la historia de un señor que durante toda su vida se ha dedicado a contar cuentos de horror que, según afirma, son parte de sus vivencias cuando eran joven. Foto: JVA Films

SANTO DOMINGO.- Dentro de esta cinematografía criolla el terror ha sido más bien un ejercicio dentro del campo fílmico que el planteamiento de unas razones argumentales que vayan en pro del reforzamiento de un cine que ha mirado desde las distintas variantes que los géneros cinematográficos pueden aportar.

Dentro de las producciones locales tan solo un puñado de filmes han tenido la osadía de explorar el misterio y el terror, aunque con las deficiencias propias del medio y de sus realizadores. Entre estas se recuerdan a “Andrea, la venganza de un espíritu” (Roger Bencosme, 2005), “Enigma” (Robert Cornelio, 2008), “La casa del kilómetro 5” (Omar Javier, 2012) y “El hoyo del diablo” (Francis Disla, 2012).

Ahora el realizador Javier Vargas ha propuesto dentro del cine provincial mostrar su segundo ejercicio de terror, pues ya en el 2008 realizó una cinta en este campo titulada “Las cenizas del mal”.

Vargas intenta seducir a un público con la historia de un señor que durante toda su vida se ha dedicado a contar cuentos de horror que, según afirma, son parte de sus vivencias cuando eran joven.

Considero muy funcional el plano de ubicación, tomado de manera cenital, para empezar la historia ubicándola en un paraje remoto donde el espacio geográfico está limitado por valles y montañas.

Una vez presentado esto, se muestra al relator de las historias de terror, el viejo Julio, quien hace una especie de invitación para conocer sus cuentos, práctica muy utilizada en el formato de muchas series de terror norteamericanas de los años setenta y ochenta.

La técnica utilizada por Vargas es la narración pura y simple, donde la cámara subjetiva es la que prima en todo momento y donde su personaje principal le habla de frente a ella. Y no es con la finalidad de romper “la cuarta pared”, más bien le habla, según se puede interpretar, a unos visitantes que le filman sus anécdotas de misterio.

Este recurso utilizado por su director no queda muy claro, pues no llega a convencer por la poca utilidad que se le da al mismo. Desaprovecha un estilo que ha sido muy utilizado en el cine de terror moderno, donde la cámara también se convierte en un personaje de la narración.

Aquí queda reducido a un simple diálogo ante esta sin jugar con el resorte del susto. Y cuando lo hace, éste se muestra fuera de lugar limitando grandemente su impacto.

Los medios precarios con los cuales Vargas resuelve su historia lo entrampa en un espacio que pudo haberle sacado mejor provecho, puesto que poseía todos los elementos necesarios para jugar con la dinámica del terror, como la casa abandonada en un lejano paraje, el personaje contador de historias, y los fantasmas que sustentan esos relatos.

De todas maneras, este trabajo hay que verlo con un ojo crítico sobre ese cine y esos realizadores que también están haciendo sus propuestas cinematográficas en las provincias del país. También por la exploración que se están haciendo a las costumbres criollas, mitos y leyendas populares que han estado transmitiéndose de generación en generación.

Este es un ejercicio que también hay que tomarlo en cuenta al momento de analizar el espectro general del cine local.
Félix Manuel Lora/CINEMA DOMINICANO

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