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“Girasol”, retrato de familia

El actor Laureano Olivares interpreta la historia del empresario. Foto: Fuente externa

SANTO DOMINGO.- El drama histórico, con ribetes de cine biográfico realizado hasta el momento en el país, es un género que todavía no ha logrado saltar los escollos que se deben tomar en cuenta al momento de abordarlo en su justa proporción.

No es lo mismo un cine que se enfoca en tiempos actuales o simulados del presente y uno que apunta a épocas y tiempos específicos del devenir histórico.

El cine local ha caído en las trampas de tratar de recrear una época sin tener la suficiente información del detalle, del diseño y de la garantía de un solucionar esa “geografía creativa” que plateara el maestro Kulechov.

Las pretensiones de “Girasol” es determinarse a sí mismo como un cine epocal con la convicción de hacer las transiciones temporales de lugar y dejar planteado varias cuestiones argumentales que procuren  establecerse como un filme equilibrado.

La historia se inspira en la vida real de quien es hoy el empresario Víctor Méndez Capellán. Hombre de origen humilde quien queda huérfano desde temprana edad, y que decide emprender su camino que lo llevará a enfrentar obstáculos, tragedias, pero también grandes logros.

Este filme de inspiración familiar, pues la directora es la nieta del propio hombre que da pie a esta historia, se convierte en un reducido filme biográfico que ambiciona llevar la moraleja del caso hacia el interés de las audiencias.

Dilia asume que todo puede resolverse con algunas simulaciones de contexto, pero deja atrás motivos más principales como la recreación musical, con un merengue que no corresponde al compás de la época, una imagen idílica del niño huérfano con bolsa de tela sobre los hombros, giros coloquiales que no conciernen, o la apreciación del valor del dinero en los años cincuenta con el ofrecimiento de una suma exorbitante por parte del personaje central en una de las escenas.

En su estructura el filme recurre a los flashback explicativos para corresponder los tiempos actuales con los pasados, dejando entrever el paso temporal de más de cincuenta años de historia. Al menos la dirección de fotografía de Benjamín Echazarreta y el diseño artístico de Stephanie Schmidt sirven de parches para tapar los problemas de estructura.

Pero su manera narrativa se disloca por las imprecisiones de su montaje que no llegan a ajustar los tiempos en un plano coherente y firme.

En la parte de las interpretaciones el filme ofrece lo que puede ofrecer. Laureano Olivares intenta dilucidar lo más adecuadamente posible su personaje sin llegar más allá de la simple interpretación. Otras como Karina Noble y Pachy Méndez, se hacen más visibles dentro del panorama dramático.

En términos generales puedo señalar que ha sido riesgoso asumir el compromiso de un filme cuando no se tienen las herramientas necesarias para lograrlo.

Este puede convertirse en un experimento más de la cinematografía local que busca trabajar un lenguaje y una dinámica que aún no ha logrado entender.

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