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¨Patricia, el regreso del sueño”, metáfora de amor y patria

René Fortunato hace una exploración sobre la dominicanidad y la idea de tratar los temas netamente locales como fueron alcanzados en sus documentales. Foto: Ave Fenix Films.

SANTO DOMINGO.- Después de un gran recorrido en la producción de largometraje documental caracterizada por el debate argumental sobre los acontecimientos históricos contemporáneos de la vida social y política de República Dominicana, el cineasta René Fortunato prueba suerte dentro de la zona de la ficción al presentar su primer largometraje, “Patricia, el regreso del sueño”.

En dicho filme, Fortunato hace una exploración sobre la dominicanidad y la idea de tratar los temas netamente locales como fueron alcanzados en sus documentales, pero también presenta el tema de la migración, un contenido recurrente en varios filmes de factura criolla.

A diferencia de aquellas producciones sobre la búsqueda de mejores oportunidades al viajar hacia los Estados Unidos tocados en filmes como “Nueba Yol, por fin llego Balbuena” (Ángel Muñiz, 1995), “Un pasaje de ida (Agliberto Meléndez, 1988) o “En búsqueda de un sueño” (Joseph Medina, 1997), el filme “Patricia, el regreso del sueño” aborda el tema desde la perspectiva de aquel dominicano que regresa a su país.

El personaje de Juan Carlos, quien luego de vivir por varios años en Nueva York regresa a Republica Dominicana para casarse con su novia, es el impulso esencial que encuentra el cineasta para hablar de una serie de motivaciones entorno a la idea de quien regresa y las aptitudes de quien lo recibe.

Entonces, un detonante hace cambiar la disposición de Juan Carlos cuando descubre que su novia ya esta casada, situación que lo coloca en una espiral de frustración hasta que conoce a Patricia de quien se enamora.

Patricia es aquella metáfora con que juega el autor para definir un tipo de mujer dominicana cuya mirada se mantiene fija sobre ciertos valores a diferencia de la contemplación del personaje de Juan Carlos.

Mientras ella es optimista sobre las cuestiones fundamentales que todo ciudadano de esta república tiene que enfrentar, Juan se desencanta del país por los problemas y desilusiones que está padeciendo.

Las intenciones de Fortunato son válidas hasta que es traicionado precisamente por su exacerbada propuesta de presentar los códigos que representan a esa dominicanidad, la misma posición tomada por el cine de la diáspora dominicana presente en los Estados Unidos donde la nostalgia por el terruño nacional se evidencia en su forma de introducir la música y los personajes.

Aquí Fortunato hace toda una apología (la cual no es un pecado) de la dominicanidad, pero no hurga en los motivos internos del espíritu nacional, más bien se decanta por la utilización de los mismos valores publicitarios que han definido (lamentablemente) lo que es ser dominicano.

La saturación musical de su banda sonora impide un respiro natural del discurso y se impone (de manera omnipresente) la voz del director en todos los rincones del filme (incluyendo los diálogos de sus personajes), la misma estrategia que ha utilizado siempre en sus documentales.

Esto hace que las intenciones de su director entorpezcan el discurrir lógico de la narrativa, pues no hay un alejamiento necesario para que la obra tenga vida propia y sea ella misma la que se exprese.

La historia de amor planteada a través de los personajes centrales, responsabilidades del actor Amauris Pérez y de la actriz Stephany Liriano, cae dentro del recurso de la telenovela y no va más allá de las posibilidades que pudo haberse establecido como un relato más conciso y dramático.

Las locaciones utilizadas para contar esta historia evidencian la simpatía del realizador por ciertos lugares de la ciudad de Santo Domingo, con especial atención a la Ciudad Colonial y varias zonas rurales.

Estas se convierten en el idilio visual del realizador, apoyado por el lente de Peyi Guzmán quien, quizás, sea el cinematógrafo dominicano que más ha retratado los más recónditos lugares de este país.

El lente de Peyi tiende a manifestarse de manera ejemplar, aunque el retoque digital de muchas de las composiciones (como el mar, los flamboyanes y las calles), le despoje de cierto crédito profesional.

En términos generales “Patricia, el regreso del sueño”, puede interpretarse como un filme ingenuo en su estructura narrativa, una oda simbólica a ciertos valores nacionales, aunque viene a aportar al ejercicio cinematográfico que se desarrolla en el cine local.
Félix Manuel Lora/CINEMA DOMINICANO

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